Supongo que a todos nos pasa que a veces odiamos y a veces amamos a la ciudad que nos invade. Al menos a mí me pasa. Ayer tocaba amarla:
No sé si es la luz repetida de primavera en primavera o aquella camarera que juguetea con su escote.
No sé si es el ancla esculpido en un edificio que nunca olió el salitre.
No sé si serán los pájaros piando (que otra cosa podrían hacer…) o este silencio tibio que, como el agua en el aceite, flota sobre los árboles y las conciencias.
No sé cual es el exacto indicio, o si son varios, pero hay cosas, hay tardes, que me reconcilian con esta ciudad.
Con está ciudad renacida tantas veces.
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