Normalmente todo mi atrevimiento con el sexo opuesto se limita a dos segundos en que aguanto una mirada. A partir de ahí jamás me atrevo a recorrer el espacio que separa ambas soledades y llamar a la tristeza por su nombre nocturno. Si acaso una sonrisa estudiadamente equívoca y lejana, y después nada.
Pero esta noche, llámenme ingenuo, me ha parecido que era una de esas en que las cosas te tienen que ir bien porque estadísticamente no pueden pasarte más catástrofes. Y, aún no sé exactamente porqué, me he atrevido. He aguantado una mirada repleta de abrazos lejanos y almohadas individuales y una sonrisa con forma de anzuelo o de clavo ardiendo, no sé bien.
El caso es que ha caminado lo que me han parecido dos o tres kilómetros, y muy cerca de su oído le he preguntado si sonreía siempre así o era mi noche de suerte. Ella me ha contestado que solo cuando ve unos ojos como los míos y así hemos estado cinco minutos o tres horas en una conversación absurda pero fascinante.
Uno no tiene experiencia en estas afrentas y siempre me ha gustado “dejarme hacer”, pero los silencios se alargaban mientras caminábamos sobre el alambre de quién lo pregunta primero. Al fin ella paró en el punto más alto del alambre, se situó detrás de mí y dejó caer en mi oído: “Creo que quiero dormir contigo todas las noches pero de momento esta noche al menos”.
Ahora me he levantado y me he sentado frente al ordenador a mirar su perfil a contraluz primero y a escribir esta historia después.
Esta historia que, por supuesto, es inventada.
1 comentario:
Preciosa historia...y mejor inventada...a lo mejor en la realidad no hay tanta magia...
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