Que sea una sorpresa. Es lo más importante. Llegas al buzón y entre los extractos del banco y la publicidad, asoma un sobre diferente. Con tu nombre y la dirección escritos a mano. Y en el remite está el nombre. El nombre que esperabas. El nombre de quien te escribe cartas de amor.
No puedes abrirla para leer con prisas en el ascensor. No. Hay que hacerlo con cautela por si se caen los suspiros y no los recoges. Has de llegar a casa y, si hay alguien, murmurar cualquier excusa que te aísle en tu habitación. Una excusa mala y que mezclada con la sonrisa que rebosas dé mucho que pensar.
Has de relajarte, abrir el sobre despacio, con cuidado. Sentarte e intentar moderar el corazón que late más fuerte y más deprisa. Leer despacio pero sin pararte encontrando sorpresas y frases que te hacen sentirte blandito por dentro. Y al final esa sensación.
Esa sensación. Con los ojos húmedos de alegría, con las manos casi temblorosas. Con la sonrisa desbordada. Con ganas de tener a la persona que te escribe cerca. No para besarla. No para dar las gracias. No para decir nada. Simplemente para abrazaros muy fuerte y no decir nada. Y, un poco después decir… nada. Solo sentiros.
Y después de esa sensación leer otra vez. Que la segunda sabe más dulce
Esas sensaciones. Esas cartas.
Qué pocas cartas de amor se escriben.
Cuántas cartas de amor nos hacen falta…
2 comentarios:
¿Y si a una le puede la impaciencia? ¿Y si el trayecto en el ascensor se hace eterno e insoportable?
Deja que la lea con las manos temblorosas, la sonrisa suavizando los nervios y los ojos brillantes por la emoción...Deja que lo haga, luego, prometo leerla una segunda y una tercera y una cuarta vez sentada, tranquila, en silencio, saboreando el momento...
No sé si ya no se escriben cartas de amor, pero hay miradas que no necesitan palabras y son cartas que se envían al agitar las pestañas, persianas del corazón.
AMAYA CAMPOS
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