Anoché nevó un silencio sedoso, inmaculado, inabarcable. Un silencio de duermevela.
La mañana trajo voces y maldiciones que transformaron el silencio en simple nieve.
Los coches, las pisadas y las prisas transformaron la nieve en vulgar suciedad, en agua negra.
Sólo quedó el silencio en los tejados, en las copas de los árboles, en ciertas conciencias...
Quedó el silencio en los cuadernos mudos de algunos poetas.
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