Cuentan que la princesa Valvanuz lloraba asomada a las ventanas del castillo, porque nunca había visto la nieve.
Esa misma noche, la Luna convirtió las lagrimas de la princesa en copos que el viento hizo volar, sembrando de nieve los campos.
A la mañana siguiente, cuando la Luna se retiró a descansar, toda la tierra estaba alfombrada de algodón.
Y la princesa Valvanuz, loca de alegría, prometió llevar por siempre a la Luna en su piel.
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