Tienen los vacíos una quietud impasible. Acostumbran a no dejarse rellenar, ni siquiera una pizquita. Una especie de cerrazón obstinada que no permite visitas ni siquiera, excursiones de pasada.
Todos tenemos vacíos en nuestra vida (en nuestro camino) y la mayoría son impenitentes. Aquella conversación que nunca llegamos a tener, aquella carta que no nos atrevimos a enviar, aquel beso que nunca dimos, son lagunas de palabras no dichas de imposible reparación.
Algunas de esas oscuridades pretéritas nos hacen sonreír al recordar el momento exacto de la ausencia, otras en cambio, contagian la oquedad de entonces a nuestro cuerpo presente y te dejan renovadamente deshabitado.
Pero lo peor, es acostumbrarse a rellenar con vacíos. A dejar correr, a sobrentender y pasar muy por encima de ciertos temas con ciertas personas. Entonces todos los invisibles espacios que van quedando en la memoria, se acumulan. Y nunca hay tiempo para ir poniendo sonidos a las frases que nunca pronunciamos, ni pronunciaremos.
(Perdón por este post pero me era inevitable)
3 comentarios:
Lo malo de todo eso es el miedo a hablar, a decir, a expresar, a dejarnos ver y a mostrar lo que de verdad somos. Lo malo es el temor a qué sucedería si lo hiciéramos, si diéramos el paso, si nos atreviéramos. Lo peor, no llegar a saberlo nunca y además reprochárnoslo. A veces resulta todo tan complicado...
Genial el post, lo has clavado
Yo ahora estoy en una fase vacía, lucho con el silencio. Es mucho más dificil que luchar con la palabra o con la espada. De vez en cuando me acuerdo de unas estrofitas del Tao te king que dicen:
Treinta radios convergen en el centro de una rueda, pero es su vacío lo que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija pero de su vacío depende el uso de la vasija.
otra vez me encantas
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