Ella y él se encontrarán pasados unos años, no muchos, se alegrarán de verse de nuevo y, por casualidad, ambos tendrán tiempo de tomarse un café juntos y contarse como les va la vida. Tras un breve prólogo acerca de sus ocupaciones, de donde viven y otras generalidades, se reirán por algo y aprovechando un mínimo silencio comenzará una conversación parecida a esta:
- ¿Te acuerdas cuanto tú y yo?
- Sí, claro. Estuvo bien.
- Pero pudo estar mejor. Yo estaba loco por ti.
- Y tú a mí me gustabas tanto que tenía miedo.
- Nunca me dijiste eso.
- Ya. Ni tú que estabas loco por mí.
- Ya.
- Sí.
- Una pena ¿no?
- Sí, supongo que sí.
- Podría haber funcionado. ¿Te imaginas? ¿Quién sabe como estaríamos ahora?
- Quién sabe…
- …
- …
Otro silencio, un par de frases de cortesía y se marchan cada uno por su lado.
Él, arrepentido por no haberle dicho entonces lo que sentía.
Ella, arrepentida por haber confesado hoy lo que sentía.
O viceversa.
3 comentarios:
Cuanta magia esconden esos momentos...Tan especiales, tan delicados, con la timidez llenándolo todo. No hay que arrepentirse de lo dicho si se ha dicho con sinceridad.
Un petonet
Y esa sensación que queda de lo que pudo haber sido y no fue...
(no tengo idea cómo llegué hasta aquí, pero ese es un detalle)
siento que el arrepentimiento más fuerte es aquél se siente por lo que no se hizo o no se dijo...o viceversa (como diría Benedetti),
a fin de cuentas ambos cargan en los labios el peso de las ausencias (en palabras o corporales)
saludos desde Chile...
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